Educando a los hijos: El juego

agosto 04, 2011

El juego



El niño empieza a jugar muy pronto y hasta la adolescencia será el juego su ocupación preferida y la que representará su manifestación más clara. Por lo que el juego tiene para la educación una importancia capital que, por desgracia, es desconocida muchas veces, pues abundan los padres que consideran el juego como un estorbo.

Considerado como una actividad superflua, se teme que entorpezca otras cosas consideradas más importantes, como por ejemplo, el silencio en la casa, la limpieza del piso, la pulcritud del vestido. Todo esto puede ser conseguido sin que a ello quede supeditada la actividad del niño. Contra el desorden y la suciedad, la educación pero no la inactividad.



El adulto en el juego

El adulto mira el juego del niño como si fuera cosa propia, porque cree que él juega aún para entretenerse. Profundo error. Admitiendo por un momento que el juego sólo fuera un entretenimiento, no por ello podríamos reducirlo a una actividad menos apreciable. Porque este entretenimiento puede ser beneficioso para el cuerpo y para el espíritu y porque es preferible ver a una persona entretenida que sin hacer nada.

Si hiciéramos que el niño no se entretuviera, lo único que conseguiríamos sería crear perezosos.

Pero es que, además el adulto no se conoce a sí mismo. Entretenimiento? Bien, pero entretenimiento por necesidad. El adulto no se entretiene porque no sepa qué hacer sino porque ha hecho demasiado. El adulto que no hace nada, que no trabaja, no juega: se tumba.

Aún intenta el adulto otra explicación ante el juego: ésta sería la manifestación de un exceso de energía, de una sobrante de fuerza que no ha sido utilizada en el trabajo.

Entonces por qué juega cuando está cansado? ¿Por qué cuando ha pasado un día de gran trabajo, siente la necesidad de pasear, de bailar, de jugar a la pelota? El adulto no juega porque le sobran fuerzas, sino para recuperarlas cambiando de actividad.

Si este sobrante de energía pudiera ser alguna vez la causa del juego en el adulto, no lo sería nunca en el niño. El joven que, en el taller o en la universidad, es un escéptico de su trabajo y un desilusionado de la vida, fue un niño a quien su madre, excesivamente ordenada, o un maestro demasiado instructor le privaron de jugar.





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